sábado, 7 de febrero de 2009

Historia de un transeúnte


La lejana música de una taberna de jazz se habría paso entre los hedores de la solitaria calle, mientras yo, inerte, inmóvil, cerraba los ojos ante la lluvia nocturna. De una mano aferraba fuertemente una botella de ron; de la otra, una vida mísera y pobre, arrastrada por el pequeño cordel de la culpabilidad. Allí, tirada en medio de la oscura calle, mis pensamientos deambulaban a la espera de ser arrastrados hacia una cloaca, mientras mi agonía se elevaba con cuantas mas estrellas aparecían en el cielo. Dos transeúntes se alejaron alarmados con mi presencia, a mi alrededor crecían brotes de enfermiza tristeza. Ahora la soledad era total. Pero de repente recordé a la muerte, y supe que nunca jamás volvería a estar sola, que siempre acecharía mis caídas...
Entumecida y empapada, me incorporé para contemplar la lluviosa noche, la cual se mantenía como una remota promesa de que nunca alcanzaría la verdad. Mis sueños me habían sido extirpados, al igual que mis ilusiones, y con cada trago de la amarga realidad, recordaba menos como había acabado así.
Mis lágrimas se confundían con la lluvia helada que me cortaba las mejillas, y habían perdido su sabor salado, cuando rozaban mis labios quemándolos poco a poco.
Ya no había por qué sufrir, ya no había verdad ni perfección... caída de nuevo, como un ángel oscuro, me hallaba en una calle sin salida y sin final. Las viejas notas de un piano, llegaban ahora destartaladas para rescatarme de la realidad, pero el frío y la sobriedad me mantenían fuertemente pegada al asfalto. Y sin embargo era feliz… Lo recordaba todo, lo había vivido y me había amado. La locura del sufrimiento se alojaba en mi mente y mi alma y confundían mis sentidos cuando abría los ojos hacia la vida… feliz de nuevo…

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